1×01 – Ha nacido una estrella

< murciégalo >

En un día cualquiera de una vida cualquiera la gente corriente nos levantamos por la mañana contando las horas que faltan hasta volver a acostarnos. Los más madrugadores desayunan antes de ir a trabajar, la inmensa mayoría remoloneamos en la cama unos minutos más, acompañados siempre por el tan querido tono del despertador. Motivados por el miedo a llegar los últimos a la oficina y tras proponérnoslo en repetidas ocasiones sin éxito alguno nos levantamos de la cama y dirigimos hacia la ducha esperando surgir como otra persona, una capaz de sobrevivir a lo que falta de un día que se antoja largo y sin muchas diferencias respecto al anterior.

Nada más salir del portal de nuestra casa que siempre será de alquiler, observamos como el resto de la gente emprende su día con el mismo entusiasmo e ilusión con el que lo hacemos nosotros. Gente cabizbaja de mirada perdida se arrastra como buenamente puede hasta su lugar de trabajo donde, tras dejarse caer sobre su asiento, encienden el ordenador que lenta e ininterrumpidamente atenta contra la salud de sus retinas.

La máquina de café aporta siempre una excusa para ausentarse del puesto laboral durante unos minutos, los más inteligentes lo acompañan también con un cigarro para poder así formar un muñeco de barro que justifique una estancia prolongada en el baño.

Sin embargo, y sin que el resto de los mortales nos hayamos dado cuenta, ha nacido un pequeño ser extraordinario tanto en su estado físico, mental, así como en el genital, que logrará eludir esta vida tan monótona y rutinaria en la que todos nos encontramos gracias a su sobrenatural capacidad para abrirse al mundo. Es él, el único, el indescriptible que será descrito a continuación, el inigualable e insuperable, el ídolo de teenagers, la “g” de gmail, la “k” del kamasutra, el primero de su especie, Clírotis

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1×02 – ¡POP!

< trubulento>

Me encontraba durmiendo plácidamente cuando me despertó el jaleo que provenía de casa del vecino. Molesto porque me hubieran interrumpido a mitad de siesta llamé a su puerta y sonó el timbre más extraño y desgarrador que mis ojos jamás habían escuchado. Por un segundo dudé si el sonido era realmente el timbre o tal vez se trataba de Godzilla recibiendo una carta de la agencia tributaria.

Mientras pensaba qué palabras emplear para quejarme por el ruido de una forma respetuosa con el medio ambiente pero al mismo tiempo reflejar el enfado y frustración que sentía, oí que alguien se acercaba a la puerta. Sin embargo, por algún motivo que todavía desconozco, en vez de abrir la puerta como un ser civilizado, un hombrecillo de color blanco con gorrito gracioso que debía de ser butronero hizo un boquete en la pared tan grande como mi cabeza. Tras abrirse paso estiró de mí con una violencia totalmente innecesaria puesto que solo quería enseñarme su casa, inmensa, abarcaba hasta donde alcanzaba la vista, ni un centímetro más eso sí. Estaba repleta de gente, curiosos que me miraban fijamente y turistas que me señalaban con sus desproporcionados dedos rectangulares a través de los cuales parecían ver. 

Inocente de mí fue en el momento en el que vi a una señora con cara desencajada y llorosa que comprendí lo que estaba sucediendo, estaba siendo desahuciado. Por lo visto si no pagas el alquiler durante unos meses te echan, por muy pequeño y poco amueblado que esté el piso. No me dio tiempo ni a coger la sandwichera grill que compré hace poco en el black friday y que nunca llegué a usar, ¡qué injusticia! 

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1×03 – El Artista Marcial

< estufepacto >

Sorprendido por la situación intenté negociar el quedarme unos meses más pero el hombrecillo no parecía muy dispuesto a permitirme pagar con sonrisas. Apliqué todas las técnicas de negociación y persuasión que había aprendido de los numerosos expertos certificados de youtube y aun así mis esfuerzos resultaron inútiles.

A diferencia de la señora deshidratada y yo, daba la impresión que el hombrecillo lo estaba pasando en grande pero, ¿cómo puede una persona disfrutar con el sufrimiento ajeno? ¿a quién había tenido por vecino? Supongo que sería el típico vecino amable por el que a uno le entrevistan para la sección de sucesos, una persona que te sujetaba la puerta cuando salías del portal pero que luego te apuñalaría con la misma sonrisa. 

Indignado ya por haber sido despertado su falta de empatía no hizo mas que enfurecerme. Me disponía a lanzar un combo de golpes artísticos marciales disuasorios que también había aprendido en youtube (tenía fibra en casa por lo que pasaba el día viendo vídeos) cuando el hombrecillo leyó mi lenguaje corporal, fácil ya que me encontraba desnudo en ese momento, y lo contrarrestó con un agarre de lonja, sujetando mis pies y colocándome boca abajo cual lubina recién pescada. Intenté escapar pero la sangre había llegado a mi diminuto cerebro y mis reflejos se vieron ralentizados. Desesperado, abrí el grifo y apunté a sus ojos pensando que tal vez eso le aturdiría, desafortunadamente no había suficientes pascales de presión en el sistema y el disparo no fue certero. No debió de gustarle la lluvia dorada ya que empezó a golpear mi airbag trasero sin piedad hasta que muy a mi pesar reconocí la derrota y entre lágrimas empecé a suplicar por mi vida.

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1×04 – En el maco con Paco

< inmociencia >

A pesar de que hubiera admitido mi derrota el hombrecillo sediento de sangre llamó a las autoridades locales para que me apresaran, quienes, para sorpresa de todos, se presentaron en el lugar en pocos minutos. Tras tomar declaración a los asistentes y rellenar el parte correspondiente me trasladaron al centro penitenciario más cercano.

A diferencia de otras cárceles ésta destacaba por su arquitectura moderna que recordaba al estilo de Philip Johnson o Mies, me alegró comprobar que el dinero de los impuestos de quienes no defraudan al fisco había sido bien empleado. Mi celda contaba con seis ventanales amplios por los que me comunicaba con los numerosos funcionarios y compañeros de prisión, de hecho la mujer sudorosa y uno de los turistas presentes en mi desahucio habían sido detenidos también y se encontraban en mi mismo módulo.

Pese a las magníficas instalaciones las condiciones dejaban mucho que desear, se pasaban el 3er convenio de Ginebra por el mismísimo bacon, nos privaban del sueño y las apps de comida a domicilio no podían domiciliarnos su comida. Cada poco tiempo los boquis irrumpían en el módulo y nos sacaban al patio donde la mujer sudorosa trapicheaba con leche que había conseguido esconder de los guardias. A falta de apps se convirtió en mi dieta habitual pese al sabor rancio que tenía, y no sólo para mí, de vez en cuando, cuando no se avistaban guardias, el turista también se atrevía a tomar un poco de ella, no sin antes cachear a la señora por si portara armas, en la cárcel no se puede fiar uno de nadie.

A pesar de la estrecha vigilancia a la que nos veíamos sometidos pude entablar conversación con mi vecino de celda quién me abrió las puertas a un mundo completamente nuevo y desconocido, mi primer catedrático de la universidad de la calle, el gran Paco el Piñata. Entre lección y lección me iba contando sus peripecias, casualidades de la vida a él también lo habían desahuciado hacía un tiempo y llevaba encerrado desde entonces. El pobre lo había perdido todo, por no quedarle no le quedaban ni pelos ni dientes, de ahí su apodo.

Las agujas del reloj avanzaban sin descanso y la rutina se hacía cada vez más difícil de soportar, la soledad empezaba a golpearme, incluso encontré en los cacheos habituales de los boquis una fuente de contacto humano y fraternidad. Afortunadamente y al igual que el turista, la mujer anteriormente sudorosa y ahora contrabandista láctea se mostró muy cercana y amigable y digo afortunadamente porque Paco el Piñata desapareció repentinamente sin previo aviso, una pena la verdad, teníamos muchas cosas en común, tanto es así que muchos nos confundían, en fin, la vida en el maco es lo que tiene.

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1×05 – La fuga del Sr. Meconium

< espóntico >

La desaparición del Piñata me hizo pensar, ¿correría yo la misma suerte? ¿Si alguien tan querido y con el cutis tan perfecto como él pudo desvanecerse qué podía esperar yo siendo el novato del centro?

Como si lidiar con mis miedos no fuera poco, notaba como mi carácter se iba agriando, no sé si por la leche de marca blanca no refrigerada que consumía a diario o porque mi espíritu empezaba a flaquear. Experimentaba cambios bruscos de temperamento, me sentía más irritable, pasaba del llanto a la risa sin entender realmente el por qué, tenía que escapar, sin los gurús psicológicos y likes de las redes sociales en los que delegar mi autoestima mi salud mental dependía de ello.

La huida no iba a ser un desafío menor, pese a tratarse de convictos por delitos no violentos la seguridad era máxima, la tarea de no alertar a la multitud de boquis que custodiaban el perímetro era el primer paso pero lo que realmente me generaba inquietud era lo que me esperaba más allá de los confines del módulo en el que me encontraba y de lo que no tenía ninguna información. Sin embargo, aunque la probabilidad de éxito fuera mínima no tenía otra opción, vivir o morir en el intento. También podía dedicarle más tiempo al plan, obtener más información y asegurar la consecución de la misión pero eso hubiera requerido un esfuerzo al que no estaba acostumbrado y no iba a dejar que eso cambiara por mucho sentido que tuviera. Así pues, decidido a intentarlo, esperé el momento oportuno y cuando el día suspiraba su último aliento lo vi claro, era el momento, comenzaba la huida.

Me repetí a mí mismo una y otra vez frases motivadoras con el fin de generar un procesamiento cerebral incrementado que me ayudara con el reto tan exigente que me esperaba a continuación: “No hay nada imposible”, “el límite es tu imaginación”, “la calidad no es cara”, y cuando por fin sentí la erección cerebral necesaria empecé a correr. Brazos y piernas se movían a toda potencia con sincronización impecable, sentía como cuerpo y mente fluían en una armonía precisa, miles de pensamientos atravesaban mi cerebro vertiginosamente, las frases motivadoras habían funcionado. Me prometí a mí mismo que tras escapar compraría cientos de tazas de café inspiradoras que luego no usaría. Sin embargo, algo no andaba bien, seguía en mi celda, ¿por qué?, ¿acaso me habían pegado la espalda al suelo esos boqui-yonquis esnifa pegamento?

Me estaba quedando sin energía y ya no me acordaba de más frases motivadoras, había perdido mi cargador USB tipo C, la desesperación empezaba a apoderarse de mis pensamientos, sabía que tenía poco tiempo antes de que la negatividad se hiciera con el control de mi cuerpo, ¡ahora o nunca! ¡por Esparta!

..¡oops! Al menos algo escapó    ¯\_(ツ)_/¯

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1×06 – El Cantar del Mío Clírotis

< torquístico >

En el manuscrito, falta la primera hoja, unos 30 versos. Es posible que en ellos se relataran las causas del aprieto de Clírotis y los preparativos para la entrada en el baño.

-Narrador-

Escudero y doncella, en silencio le acompañan,
El eco de sus pasos resuena en el pasillo,
El caballero, con temor, pero su honor no deshonra,
Afronta su destino con valor y brío.

Con valentía y con ánimo templado,
El turista le anima, con voz apasionada,
«¡Oh, valiente caballero, no estás solo y desamparado,
En el trono, tu grandeza será aclamada!»

-Clírotis-

«Cual caballero valiente, lucho con fervor,
Con cada suspiro, con cada gesto, mi batalla esplendor,
El tiempo se alarga, la ansiedad en mi interior,
Mas no me rindo, persisto en mi ardor.»

«¡Oh, noble acto de descarga gloriosa!
En el campo de batalla no hay igual hazaña,
Desafiar a la gravedad con fuerza majestuosa,
Y liberarse de la carga con maestría tamaña.»

-Narrador-

Suspiros de alivio se escuchan en el aire,
Clírotis, victorioso, sale del trono,
Triunfante en su gesta, sin comparare,
En esta lucha íntima, él siempre es un conquistador honrado y fuerte.

Su escudero, desde fuera, lo aplaude con fervor,
«¡Has vencido, noble caballero, en esta gesta!,
Tu valentía y coraje, merecen honor,
Y en los anales del reino, tu nombre será una festa».

Así, con gallardía y coraje en su pecho,
El caballero ha superado la prueba,
En esta gesta medieval, ha encontrado su derecho,
Un caballero valiente, en el retrete, se alza con la nueva realeza.

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1×07 – El Clan de los Gérmicos Satánicos

< descobremiento >

La relación con la señora y el turista cambió, parecían distantes, esquivos, era entendible ya que habíamos pasado de relacionarnos un par de horas al día en la cárcel a compartir casi las 24 horas del día. Pese a que nos llevábamos muy bien la convivencia empezaba a pasar factura. Unos días más tarde propusieron ir al parque a dar de comer a las palomas junto a la gente arrugada. Puesto que era una de mis grandes aficiones lo entendí como un gesto para intentar conectar de nuevo y mejorar la relación, ¿y qué mejor manera que pasar un rato agradable los tres fuera de casa rodeados de fauna y flora?

Nada más subir al coche se respiraba felicidad, canciones de Leticia Sabater y ambientador con olor a spa transalpino. Tras 5 minutos y muchas vueltas llegamos al destino. Fue extraño haber cogido el coche puesto que nuestra casa se veía desde allí pero la forma física del turista no daba para mucho, al igual que su conciencia medioambiental. No pude controlar mi emoción y rápidamente salí del vehículo esperando escuchar el delicado aleteo de las aves, sin embargo, la fauna que me encontré fue muy diferente. Me giré para pedir explicaciones al dúo dinámico pero para mi sorpresa ya no estaban, me habían abandonado de la misma manera que una compañía de teléfonos abandona a sus clientes más antiguos.

Lo que me deparaba ese día era un acontecimiento digno de estudio antropológico. La gente de aquel lugar parecía haberse apropiado de gérmenes caseros como si de tesoros preciados se tratase. Eran como pequeños alquimistas de la insalubridad, intercambiando tesoros invisibles en sus manos sucias. ¿Serían éstos los pangolines de pandemias venideras o solo aquellos obsesionados por el papel higiénico?

Los grupos se formaban como si estuvieran redefiniendo las leyes de la tribu. Se agrupaban como bandas pandilleras, reivindicando territorios y trapicheando cual jungla urbana. Algunos actuaban como auténticos caciques, imponiendo su voluntad sobre los demás con una autoridad indignante. Era una jungla de relaciones personales tóxicas y no solo por la cocina fusión de bacterias sino por la dependencia emocional y necesidad de control que se respiraba en el ambiente.

El clímax del día fue el misterioso ritual del círculo de canto. La gente se unía formando un círculo casi místico, como si estuvieran invocando a un ente oscuro, como el que no debe de ser nombrado, Voldemort (ojo que la “t” no se pronuncia que viene del francés). Los gritos y la percusión llenaban el aire creando una cacofonía que podría haber sido dirigida por Hans Zimmer en su versión más infernal y que logró erizar mis cuasi inexistentes cabellos. Observaba atónito cómo los participantes se entregaban a esa extraña ceremonia, preguntándome si había tropezado con una sociedad secreta de futuros dictadores o simplemente se trataba de una nueva tribu urbana surgida de las redes sociales.

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1×08 – Sonrisas Saudíes

< extrapulado >

En este día el turista y la señora me llevaron a un lugar que parecía más una nave espacial de acero inoxidable que cualquier sitio que hubiera conocido. Todo en la sala olía a una mezcla de productos de limpieza y algo que no pude identificar, pero que claramente inspiraba más miedo que confianza. Las paredes estaban llenas de sonrisas perfectas, algo que me pareció un tanto sospechoso. ¿Era esto un ritual de modernos? ¿Por qué había tanta obsesión con los dientes? Hasta donde yo sabía, los dientes solo servían para triturar comida y mostrar el ocasional gesto de falsa gratitud y amabilidad.

Después de unos minutos, me llamaron para entrar en una sala donde me recibió un sillón inclinado y rígido llamado Ricardo que parecía diseñado para inmovilizar a quien se sentara en él. Encima de Ricardo colgaba una lámpara descomunal, cuyo brillo blanco y frío me recordó a los reflectores que se usan en interrogatorios del KGB. Quizás me habían confundido con un espía, o tal vez el turista había vendido mis órganos en Wallapop para poder pagar la gasolina para sus desplazamientos de 400m en coche.

Apareció un ser morado de pies a cabeza, entendí que se trataría de un primo no muy lejano de mi vecino el hombrecillo, aunque lo suficientemente lejano como para no llevar el sombrerito gracioso. Sus manos eran blancas y de PRC. Me hizo sentarme encima de Ricardo, que, por algún motivo, se inclinaba todavía más hacia atrás hasta quedar casi horizontal. La luz gigante se acercó lentamente a mi cara, iluminando mis ojos de forma tan intensa que no podía ver nada más que un resplandor blanco. Por un momento pensé que había pasado a mejor vida, pero al no ver a Patrick Swayze sin camiseta vendiendo cerámica supuse que no me había llegado la hora todavía.

Lo más aterrador llegó cuando sacó el temido taladro. Emitía un zumbido agudo que me encendió los pezones. Sentí una vibración extraña cuando lo apoyó sobre uno de mis molares, y el sonido amplificado dentro de mi boca me hizo pensar que estaba taladrando hasta las profundidades de mi alma. ¿Para qué servía esa tortura? ¿Acaso se les había acabado el petróleo a los saudíes y estaban realizando pruebas de perforación a la desesperada?

Por si la incomodidad no fuera suficiente, sacó la Dayson más extraña que había visto hasta el momento y aspiró mi boca como si temiera que me fuera a ahogar en mi propia saliva. No debía de ser consciente de la potencia de su aparato que además de la saliva aspiró también la laringe y hasta el dedo gordo del pie.

Después de lo que parecieron horas, el primo de mi vecino se retiró y me ofreció un vaso de agua, como si eso fuera a borrar lo que acababa de vivir, y encima del grifo el tío cutre. Salí del lugar aún confundido. Afuera, la gente seguía sonriendo con esos dientes relucientes que ahora entendía eran fruto de horas en esas salas de tortura disfrazadas de ciencia. Tal vez había algo más profundo en todo ese ritual, pero, sinceramente, no tenía ganas de descubrirlo.

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1×09 – La Odisea (de Clírotis)

< tranquilizmente>

El día que decidí montar en bicicleta por primera vez en la ciudad fue, en principio, emocionante. Imaginaba una experiencia tranquila, casi poética, sintiendo el viento en mi cara y la libertad bajo mis pies. Sin embargo, esa imagen romántica se desvaneció en cuanto me vi inmerso en un enjambre de vehículos motorizados, todos mucho más grandes y amenazantes que mi humilde bicicleta. Lo que debería haber sido un simple paseo, pronto se convirtió en una aventura digna del propio Ulises. Sentí como si hubiera entrado en un campo de batalla donde el más pequeño era el más vulnerable.

Al principio, intenté mantenerme al borde del carril, respetando las señales y confiando en que los conductores harían lo mismo. Pero la realidad fue bien distinta. Gigantes de metal que parecían más apropiadas para transportar ejércitos griegos que para ir a comprar el pan parecían competir por ver quién podía pasar más cerca de mi bicicleta sin atropellarme. Sus conductores me lanzaban miradas furiosas, como si mi simple presencia interrumpiera su apretada agenda. Algunos tocaban la bocina con furia, como si un sonido ensordecedor pudiera empujarme fuera del camino. Incluso había quienes gritaban por la ventana, soltando frases que claramente no habían sido escritas por Cervantes.

Para no parecer desprotegido como los antiguos aqueos, me había equipado como un guerrero antes de salir: casco, chaleco reflectante, luces titilantes, y mi fiel timbre que, como descubrí más tarde, era más útil para avisar a las palomas que a los conductores. Me veía como un árbol de Navidad ambulante, pero eso sí, completamente «seguro». Aunque, ¿qué tan seguro puede sentirse uno cuando un coche del tamaño de una casa te adelanta a pocos centímetros?

A medida que avanzaba, notaba lo absurdo de la situación. Me encontré rodeado por enormes vehículos, cada uno ocupando el espacio de al menos 8 alpacas. Coches gigantescos, la mayoría conducidos por una sola persona, desplazándose por calles angostas, como si llevaran cargas de mercancía pesada o estuvieran a punto de cruzar el desierto de Gobi. ¿Por qué alguien necesitaría semejante caballo de Troya solo para ir al supermercado o llevar a los niños al colegio a 500 metros de distancia?

Al final del recorrido, sentí una mezcla de alivio y agotamiento. Había sobrevivido a mi primera experiencia ciclística en la ciudad, pero no sin cuestionar seriamente el diseño de nuestras calles y el comportamiento humano. Me pregunté si, en algún momento, la gente dejaría de ver la bicicleta como una molestia y empezaría a considerarla como a un igual. Después de todo, ¿qué sentido tenía desplazarse con un monstruo metálico cuando una simple bicicleta te llevaba al mismo lugar, con menos ruido y más libertad? Sin embargo, en esa jungla urbana, donde los coches rugen y las bicicletas se ven obligadas a esquivar obstáculos, la lógica parecía haberse quedado en casa, encerrada en el maletero de algún todoterreno.

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